CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LO FEMENINO “HABLANDO DE MUJERES Y TRAICIONES Y EL SER MUJER”

¿Cómo pensar lo femenino en el siglo XXI, en México?

¿Cómo se construye lo femenino?

A lo largo de la historia se han establecido posturas diversas respecto al tema, lo cierto es que en el siglo XXI la ciencia y la tecnología imperan en todo lo que rodea nuestro día a día, dando como resultado el cambio en las relaciones entre hombres y mujeres, entre sujetos.

La ciencia, de alguna forma, acelera la vida cotidiana, acorta el tiempo, acerca las cosas y aleja la vida.

Lo que quiero proponer el día de hoy, se establece en 3 puntos, para tratar de acotar un tema que resulta extenso y polémico por lo que sabemos el día de hoy, estamos bombardeadas de noticias, especulaciones y opiniones que flanquean el universo de información que francamente es complicado de analizar, someramente, quiero hablarles de lo siguiente, tomando como herramienta la trinchera desde la cual trabajo en lo cotidiano y en la clínica, con mis pacientes, el psicoanálisis:

  1.   La construcción social de lo femenino a través del tiempo, vista como un recorrido “histórico-social-cultural-psicoanalítico”, si es que es posible el término. Esto, con el objetivo de entrar en materia para poder introducirnos al tema y advirtiendo que quedarán, sin duda, muchos puntos fuera, pero que nos permitirán conectar ideas y lo más importante, hacernos preguntas que nos lleven a la reflexión conjunta, nunca como imposición, siempre como una provocación a seguir pensando el tema, problematizando y reactualizando nuestras posiciones.
  2.   El psicoanálisis y lo femenino, que si bien, dicho así, resultaría un tema inagotable, es el día de hoy vigente y extenso no sólo teóricamente sino también en la praxis psicoanalítica, ¿Qué tiene que decir el psicoanálisis al respecto hoy día? Bueno, en esencia, el psicoanálisis es una práctica subversiva, pero también un discurso vivo, vivo, en quienes lo practicamos, pero mucho más en cada uno de los discursos que se escuchan en la consulta, remitiéndose indudablemente, al origen propio de esta disciplina: la escucha propia de Freud ante “sus histéricas”.  
  3.   Cuerpo femenino- cuerpo político, discursos actuales que problematizan la construcción social de lo femenino.

La historia es inherente al ser humano, desde el principio se ha concebido la historia de diferentes maneras, se transmite por múltiples canales y llega hasta el día de hoy a nosotros.  La historia se construye por los hechos en el tiempo que marcaron de uno u otra forma. Asimismo la tradición oral ha sido por excelencia la manera de transmitir la historia de generación en generación, todo esto permite nutrir la historia y construirla de tal manera que llegue a nuestra realidad actual.

Partiendo de los griegos y casi hasta finales del siglo XVII existía un discurso que anudaba los decires políticos, epistemológicos y sociales del cuerpo y es que no existía una diferencia sexual como tal.

Todo en relación a lo sexual parecía concebirse desde un solo punto: lo anatómico y este modelo partía de lo masculino.

Se pensaba que las mujeres teníamos los mismos órganos sexuales y reproductivos pero al revés, es decir, nuestros órganos sexuales eran iguales a los del hombre pero hacia adentro. La vagina era un pene interior, la matriz un escroto invertido, los labios exteriores un prepucio y los ovarios los testículos ocultos. Esto descrito principalmente por Galeno.

Posteriormente, en el renacimiento, la cosa no cambió tanto en relación a la anatomía del hombre y la mujer, es más podría pensarse que de alguna forma se reafirmaron ciertas ideas, hasta finales del siglo XVII no existía una forma específica de nombrar a los órganos sexuales femeninos, por tanto se tenía una idea de nombrar al cuerpo femenino como una versión del cuerpo masculino, ¿interesante, no?

En 1558, Cristóbal Mateo Renaldo Colón, presenta en un texto llamado De Re anatómica, estudia y describe el clítoris, que proviene del griego Kleiotoris, que significa cosquilleo y que él denominó “amor veneris” o “la dulzura de Venus”. Pero de igual forma esta descripción únicamente se centraba en una descripción biológica y hacía referencia, de nueva cuenta, a la anatomía masculina. Para Colón el clítoris funcionaba como el pene del hombre. La idea en sí, planteaba que la mujer tendría su propio pene.

Hasta ahora, entonces, la historicidad nos permite pensar que el modelo dominante para explicar la cuestión de los “sexos” era meramente masculino.

Demos un paso más retomando una cita de Galeno: “de este modo, lo mismo que la especie humana es la más perfecta de todos los animales, en el seno de la humanidad el hombre es más perfecto que la mujer, y la razón de su perfección es su exceso de calor, pues el calor es el instrumento primero de la naturaleza”

Esta concepción de “superioridad” construía jerarquías y marca preponderante la diferencia entre el semen y la sangre menstrual de la mujer, el del hombre era de mejor calidad debido al calor más intenso, que se asumía que este presentaba, era más fuerte, más puro.

Tanto el semen  como la sangre menstrual tenían una función purificadora. Sólo que debido al intenso calor del semen y como sustancia purificadora, este debía ser expulsado. Si había una excitación y el semen se expulsaba era debido a que poseía una mayor cantidad de calor, sin embargo el orgasmo femenino no era relevante pensarse pues no interfiere en la procreación, no tenía una importancia biológica.

El cuerpo entonces, vuelve a ser un discurso biológico, pero del lado de la fecundidad haciendo referencia pues a la maternidad.

Lo que veremos históricamente es este discurso operante alrededor del cuerpo de la mujer, que pareciera estar flotando, por decirlo de alguna manera, sentando bases anatómicas, biológicas, sin una representación completa del cuerpo femenino.

Pero, y aquí trataremos de enlazar el segundo punto a abordar, no porque no se hubiera establecido una representación completa de esta corporalidad femenina significaba que no hubiese un cuerpo femenino vivo, latente y que operará de manera importante en las subjetividades de las mujeres de esa época, centrémonos en Viena, particularmente en Sigmund Freud, cuya concepción del cuerpo cobra otra dimensión.

Así pues, este recorrido pretende dar cuenta de la actualidad y preponderancia de lo escrito por Freud enlazado con lo que hoy día vivimos en la postura como mujer-es.

En 1933, Freud planteaba: “El enigma de la feminidad ha puesto cavilosos a los hombres de todos los tiempos” , enigma que parece quedar no resuelto a lo largo de la obra de Freud mismo y que genera que se derivan diversas y multifacéticas vertientes que remiten a muchos temas para responder ¿Qué es una mujer?, ¿Qué quiere una mujer?, esto más allá de un cliché o estereotipo basado en cuestiones que cada día parecieran alejarse más de la esencia misma de una posición subjetiva: lo femenino y lo masculino. Ante lo cual D. Gerber dice: “Masculino y femenino son, ante todo, significantes, es decir, elementos de carácter opositivo, relativo y diferencial. Nada pueden significar por sí mismos, sólo su posición en una estructura -que implica un conjunto de relaciones- puede decidir por su sentido”.

Así para S. Freud, la feminidad y la masculinidad no son elementos o características que determinen el destino de un sujeto desde el nacimiento, no es el inicio de partida, sino el fin. En este punto Gerber señala que “Se llega –o no- a ser hombre o mujer, pero no en virtud de una constitución anatómica –anatomía no es destino- sino de los avatares de una historia con otros, de una historia en el campo del lenguaje. Dos tesis esenciales, la ausencia de un objeto predeterminado de la pulsión y la existencia de la sexualidad infantil, son básicas para justificar tal punto de vista”. La noción de estructura resulta fundamental para poder pensar lo masculino y lo femenino, puesto que muestra que cualquiera que sea el término que se aborde será definido en función de su lugar en un conjunto. Es decir, nada es en sí mismo y porque sí.

Y entonces tenemos que: “Ser hombre o mujer dependerá ante todo de la identificación con uno de esos significantes específicos y de la asimilación en el plano imaginario de los diversos significados que ellos evoca. Es cierto que existen, en el plano biológico, anatomías específicamente masculinas y femeninas pero la diferencia entre los sexos-y por consiguiente, la definición de cada uno de ellos- sólo existe en tanto tal para el ser humano como consecuencia de la diferencia significante que se impone sobre el cuerpo”.

  Ahora bien, volviendo al texto de 1931 “Sobre la sexualidad femenina”, Freud plantea que en la observación de sus pacientes mujeres es común y frecuente la estrecha ligazón-padre, dándose a la tarea de realizar observaciones, que tomo como pertinentes en ese momento para posteriormente informar y tomar una postura en cuanto a la sexualidad femenina, haciendo hincapié en dos hechos de importancia para él.

El primero de ellos lo describe como: “Toda vez que existía una ligazón-padre particularmente intensa, había sido precedida, según el testimonio del análisis, por una fase de ligazón-madre exclusiva de igual intensidad y apasionamiento”  lo cual de entrada permite desmarcar la idea que se tenía con respecto a la inserción del complejo de Edipo en las niñas y que resulta ser un antecedente fundamental para realizar un giro en cuanto a la concepción de dicho idea.

El segundo punto en cuanto a las fases que Freud observa en sus pacientes tiene que ver con la duración de dicha ligazón-madre y añade: “En la mayoría de los casos llegaba hasta bien entrado el cuarto año, en algunos hasta el quinto, y por tanto abarcaba la parte más larga, con mucho, del florecimiento sexual temprano. Más aún: era preciso admitir la posibilidad de que cierto número de personas del sexo femenino permanecieran atascadas en la ligazón-madre originaria y nunca produjeran una vuelta cabal hacia el varón”. Declaraciones sin duda fuertes para  este momento en la historia en lo que al psicoanálisis concierne, así como a la idea preestablecida del desarrollo de las “féminas” de aquellas épocas, que bien en estos momentos puede sin duda contextualizarse y seguir resultando un punto “escandaloso” y digno de acaloradas y álgidas discusiones entre diversos grupos.

Esta fase dejaba entonces lugar a posibilitar el vaivén de todas las fijaciones y represiones que anteceden a las neurosis, dejando ver un nexo directo con la etiología de la histeria, argumenta Freud en un momento crucial del desarrollo de la segunda parte de su obra.

Ahora bien, no conforme con este viraje en cuanto al desarrollo de la niña, Freud puntualiza en otro punto trascendental: la bisexualidad y afirma “Según nuestra tesis es parte de la disposición (constitucional) de los seres humanos, resalta con mucho mayor nitidez en la mujer que en el varón. En efecto, este tiene sólo una zona genésica rectora, un órgano genésico, mientras que la mujer posee dos de ellos: la vagina, propiamente femenina, y el clítoris, análogo al miembro viril”.

Por tanto, Freud declaraba que la vida sexual de las mujeres se podía estructurar en dos fases, la primera del orden masculino y la segunda del orden femenino, siendo de igual manera el primer objeto de amor la madre, para posteriormente hacer un cambio en la vida sexual  de la mujer “optando” por la vía del cambio en el sexo del objeto.

Freud afirma que el Complejo de Edipo sólo se adecua en términos estrictos para el niño varón, ¿Qué pasa entonces con las niñas?, en primer lugar él descarta la idea de hacer el comparativo con respecto al “Complejo de Electra”; en la niña se gesta de manera diferente con respecto al Complejo de castración “Ella reconoce el hecho de su castración y así, la superioridad del varón y su propia inferioridad, pero también se revuelve contra esa situación desagradable. De esa actitud bi-escindida derivan tres orientaciones de desarrollo. La primera lleva al universal extrañamiento respecto de la sexualidad (…) La segunda línea, retiene la masculinidad amenazada; la esperanza de tener alguna vez un pene persiste en épocas increíblemente tardías” .  Es en un tercer desarrollo donde se vislumbra la configuración femenina que toma al padre como objeto y encuentra una forma femenina de devenir Complejo de Edipo, entonces en la mujer el complejo de Edipo es el resultado último de un desarrollo que toma más tiempo pues previamente se establece el Complejo de castración, a diferencia del flujo normal en el niño.

Aunado a estos elementos se tiene la idea de que “El más intenso motivo de extrañamiento de la hija respecto de la madre el reproche de no haberla dotado de un genital correcto, vale decir, de haberla parido mujer”, bueno pues hay que agregar un punto más que se remonta más atrás en el tiempo: la madre no alimento el tiempo suficiente a su hija, le dio escasa leche.

Freud hace referencia a dos puntos  que siguen resultando vigentes al día de hoy y plantea: “Es indudable que la persona normal y adulta consigue separar entre sí ambas posturas para amo tener que odiar a su objeto de amor ni amar también a su enemigo (…) En las primeras fases de la vida amorosa es evidente que la ambivalencia constituye la regla (…) Es característico del neurótico obsesivo el equilibrio de amor y odio en sus vínculos de objeto” . Hoy en día un punto que aqueja a la mayoría de los discursos que se escuchan desde una charla en un café hasta en el diván es la ambivalencia en los vínculos amorosos y los distintos lazos sociales que se establecen.

El segundo punto referencial en el texto freudiano es con respecto a los factores biológicos que pueden estar determinando los patrones de establecimiento de la feminidad y la masculinidad; sin duda, es innegable la existencia y relevancia de dichos factores que están determinando cuestiones bioquímicas en nuestro cuerpo pero Freud hace referencia a un punto muy actual hoy día y plantea: “Como no podemos negar que la excitación sexual se reconduce al efecto de determinadas sustancias químicas, nuestra primera expectativa sería que un día la bioquímica habrá de ofrecernos una sustancia cuya presencia provoque la excitación sexual masculina, y otra que provoque la femenina” . Bueno, en estos términos, actualmente tenemos un sinfín de lo que Freud vaticinó en aquella época, sustancias, geles, pastillas, bebidas que “potencializan el deseo sexual”, al parecer esto sí fue posible, ofertando resultados inmediatos, que aumenten el desempeño sexual y además al alcance de todos; “las imágenes, los modelos, los estereotipos de lo masculino y lo femenino son testimonios de ese posicionamiento”

Sin embargo, el texto de Freud da un alcance mucho mayor a esto, plantear la situación de lo femenino y lo masculino donde se unen, donde se separan y nos  anudan las diferencias que estructuran y representan de una u otra manera como sujetos, para concluir este escrito retomo una idea importante con relación a la posición de lo femenino y lo masculino, tomando como referencia a D. Gerber:  “Las respuestas habituales a las preguntas acerca de lo que significa ser hombre o mujer generan constantes equívocos porque se parte de la idea de que existe una simetría entre los sexos, de tal modo que cada uno de éstos sería exactamente lo que el otro no es, el complemento exacto del otro” , es en este sentido que se buscaría una completud, un todo omnipotente que fuera capaz de proveer de todo y para todo y que mayor insinuación puede ser esta sino para las demandas actuales que debería cumplirse para establecer vínculos de tipo amoroso con el de a lado, así como un sinfín de dificultades para hacer lazo con los otros, con nos-otros.

Hasta ahora, entonces lo que Freud mismo se planteó a lo largo de su obra es ¿Qué quiere una mujer?, ¿Qué es una mujer?, es un enigma, un enigma planteado desde lo biológico como hemos visto, desde su constitución psíquica, donde Freud y posterior Lacan dieron luz a presentar a La mujer como un significante, como una construcción propia, única, particular, ya en 1972 Lacan afirmaba “La mujer se define como una posición que señalé, como el no-todo en lo que respecta al goce fálico”, esto puede desmenuzarse en dos ideas:  hay un goce fálico y otro que no lo es, un goce que atañe al hombre y otro a la mujer, esta cuestión nos remite al deseo, a “a”, objeto causa del deseo, ese no-todo del que habla Lacan, remite a la imposibilidad de la completud, es decir, de la mujer habrá siempre algo que quedará fuera del registro de lo consciente, del discurso social, de la historia, lo que hemos estado revisando en este texto, me remite a preguntar ¿y si la mujer supiera? ¿Saber qué? Sobre su deseo, lo que la circunscribe no como objeto…sino como sujeto, la postura entonces dominante en los discursos incluso históricos han planteado que hay que decirle a la mujer su función, en estos decir-es, es donde considero que hablar de mujeres y traiciones es hablar también de mujeres y tradiciones pero dando un paso más la apuesta es hablar de mujeres y traer-reediciones, donde se nos empuja a problematizar lo que la historia ha guardado en relación a las mujeres, un saber que no se sabe que se sabe…

Una mujer que sabe asusta, pero una mujer que habla y que habla además de su cuerpo  como un cuerpo político (pensando lo político, como todo aquello que rodea la subjetividad de un sujeto valga la redundancia) implicaría si, que las mujeres sigamos en marcha y poniendo en juego estas prácticas discursivas que incumben a las mujer-es, en los distintos modos de representación y ante las demandas que hoy día nos convoca vivir en un país como el nuestro, espacios como éste nos permiten pensar una y otra vez ¿qué es una mujer? Reeditar la posición y los lugares en los que las mujeres hemos estado, nombrarnos una a una, en la singularidad y la propia historicidad, sin revictimizar, sin criminalizar, sino revolucionando subjetivamente.

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