Por Psicóloga Giovanna Soto Pedraza
El 2020, podría definirse como un año de retos, retos personales, sociales, culturales, económicos, en cuestión salud, seguridad, economía, un año que marcará un antes y un después de cómo concebimos la “normalidad”, si es que esto puede definirse como tal.
En la cuestión educativa ha representado un reto enorme para los educadores, padres de familia, alumnos y el sistema educativo en su totalidad.
La implicación más importante de esta deslocalización de la enseñanza de la escuela al hogar, al igual que la vuelta a clases anunciada recientemente, fue la no consideración de las condiciones reales de la mayoría del alumnado y de sus familias, ni de la mayoría del profesorado y las escuelas, ahondaré al respecto, más adelante.
Cómo sabemos, el secretario de educación en México, Esteban Moctezuma, anunció que el esperado “regreso a clases” aunado con una serie de medidas y protocolos para garantizar lo más posible la seguridad sanitaria de niñas, niños y adolescentes, así como la de maestros, maestras y claro, las familias.
Entre algunas de las medidas que se han establecido es la de que los grupos asistan la mitad del grupo y otros dos días la otra mitad, el día viernes se deja para aquellos estudiantes que se consideran rezagados o que requieran un reforzamiento a los conocimientos que se supone, debían haberse adquirido durante los días de confinamiento. Así mismo, se espera que los momentos de recreo sean dosificados y escalonados.
La Secretaría de Educación Pública (SEP) plantea dichas medidas como racionales, equitativas y asequibles para el alumnado y toda la comunidad que conforma el sistema educativo en México, quizá para algunas familias represente un descanso en la atención a los pequeños, pues al menos 2 días a la semana asistirán a los planteles; sin embargo, vale la pena preguntarse si esta solución ¿Está bien planteada? ¿Será realmente efectiva?
Considerando más allá de lo escrito sobre papel, las condiciones planteadas son solo una solución administrativa y política de las autoridades educativas nacionales: una falsa solución para las escuelas, los maestros, alumnos y padres de familia. Por sí sola, la apertura de los planteles educativos, pensada solo bajo la premisa de una “sana distancia”, deja de lado situaciones realmente graves que deben atenderse, puesto que se estarían abandonando proyectos urgentes de mejoras en los planteles, condiciones para su funcionamiento e instalaciones acordes al mínimo necesario para que “el plan” entre en lo que se plantea como “nueva normalidad”, un dato importante es que según la Comisión Nacional del Agua el 48% de las escuelas públicas en México no cuentan con drenaje y el 31% no cuentan con agua potable, especialmente en zonas rurales, indígenas y marginadas del país.
De pronto tenemos una idea generalizada de que educar es sinónimo de enseñar, pero no de aprender, lo cual durante esta pandemia se ha evidenciado más que nunca. Entre las quejas de los padres de familia por el exceso de trabajo en casa para sus hijos e hijas, el cansancio y hastío de los niños y la nula capacitación para los y las profesoras, evidencia que no se buscaron maneras de reflexión y de aprendizaje de esta situación a la que nos obliga la pandemia, que atravesamos y que aún no termina, quizá una de las reflexiones principales sería justo como propuso José Manuel Corona “pensar en una pedagogía postpandemia”.
Descentralizar a la enseñanza de los planteles educativos y llevarla a casa, implicó una no consideración de las condiciones reales de la mayoría de los alumnos y sus familias, ni de los profesores y las escuelas. Un alto porcentaje de hogares no existían, ni existen las condiciones tecnológicas o digitales para asumir un programa a distancia, siendo más directa, en muchos hogares no existe ni siquiera el espacio para leer un libro sin distractores o que alguno de los padres se encuentren al tanto del avance de los niños y niñas.
Sin dejar de lado que muchos de los profesores se armaron de sus propias herramientas tecnológicas, con sus propios recursos e inversión de ellos y sin la menor capacitación requerida para llevar a cabo dicha labor titánica, es de reconocer sus esfuerzos y dedicación a dicha tarea, para sacar a flote el ciclo escolar, dejando de lado un punto por demás importante y que no parece preocupar al sistema educativo: la socialización entre pares, ¿Cómo volverán los y las niñas a las aulas? ¿Qué está ocurriendo en las casas de los y las alumnas? ¿Como esta la niñez atravesando la pandemia? y ¿su manejo de emociones será atendido? ¿Y qué perspectiva de solución estarán viendo los y las maestras de México al volver a una escuela carente de condiciones esenciales, con grandes cargas de trabajo pensadas en recuperar lo “perdido” cada vez más imposible de conseguir?
Es este el futuro un tanto desalentador que nos espera. En este tenor el pedagogo italiano Francesco Tonucci recomienda colocar como principal objetivo del aprendizaje escolar la socialización de los estudiantes, su desarrollo afectivo y, desde ahí, intelectual: pero no por hacer tareas o leer libros de texto, sino desde la reflexión de sus emociones compartidas, de sus logros, de su creatividad, está pues, debería plantearse como meta al regresar a clases.
Misma recomendación aplicable a los y las docentes. La SEP entonces debería motivar y facilitar que el profesorado cuente con espacios para comentar, compartir y analizar lo que ha significado este paso pedagógico en medio de la pandemia.
Uno de los propósitos para aprender de la experiencia que nos deja esta pandemia sería cómo plantea Tonucci: Cuando empecemos de nuevo, debemos inventar otra escuela.
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